Fumarolas: 6 noviembre 2014
Fragmento
-Mi mujer es terriblemente perfeccionista: no puede ver un ladrillo suelto en la casa, una puerta que cierre mal o una silla fuera de su sitio. Cuando me lo advierte, siempre termina con la frase: “¿Es que tú no lo ves?”. Y la verdad es que a mí me pasan muchas cosas desapercibidas. Lo cual, de paso, manifiesta que hasta en eso las personas son diferentes unas de otras.
Cuando vio a mi sobrina, en la tienda, se lo dijo: “¿Tú conoces a un albañil que quiera trabajar?”. Y mi sobrina, que es así, ni corta ni perezosa, exclamó en voz alta: “¿Hay un albañil en la tienda que quiera trabajar?”. Como nadie respondía, una señora dijo: “Mi vecino, que era de la construcción y quedó en paro, busca trabajo”.
Mamá la acompañó y habló con él. Yo no hubiera dado esos pasos, pero las mujeres son de otra pasta; cuando algo quieren, pierde cuidado que lo buscan hasta encontrarlo.
-Va a subir un albañil –me dijo.
-Muy bien que lo veo -respondí. Y me contó sus gestiones en la tienda de mi sobrina. Luego subió el obrero, padre de familia y sufridor de la crisis que se padece en España. Tomó buena nota de lo que tenía que hacer, apuntó los materiales que necesitaba y quedó en volver a otro día, como hacen hoy pintores, albañiles, herreros, carpinteros y demás proletarios sin trabajo.
Fue entonces que pensé que el Seguro de la Vivienda se tenía para algo. Si yo pagaba por los servicios que necesitara en mi hogar, como me prometieron, y se me caía una escalera, una puerta no cerraba y había ladrillos sueltos en la terraza, mi Seguro lo cubriría. Pero mi gozo en un pozo. Expuesto que hube mi caso en la Oficina del Seguro, el señor que me atendía, sonriente como si se tratara de una gracieta divertida, exclamó: “Nada de lo expuesto cubre su Seguro”.
Tras un silencio largo, me atreví a preguntar: “¿Me quiere decir qué es lo que cubre?”. Y como si tuviera preparada la respuesta, añadió: “Los daños que produjeran la caída de la escalera, los ladrillos de su terraza o la puerta de la cochera”.
Opté por sonreír yo también. “Por preguntar que no quede”, me dije antes de venir. “Pregunta que quiera hacer, aquí estamos para informarle”, siguió sonriendo. Salí de la Oficina sin decir nada más.
Francisco Tomás Ortuño. Murcia
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