Fumarolas: 15 noviembre 2014
Fragmento
En el mercado había un puesto sin nadie. Me llamó la atención. Los vendedores dispuestos a servir a sus clientes con delantales blancos y gorros de cocina, y nadie a quien servir. Los demás con cuatro manos no daban abasto y estos mirando como pasaba la gente sin preguntar siquiera a cómo vendían los pollos.
Porque el puesto era de pollos asados. Yo quería ver cómo despachaban los pollos que se asaban en unas barras giratorias y cómo los servían en su caldo correspondiente, pero me quedé con las ganas. Cuando llegó mi mujer y dijimos de partir, seguí mirando para atrás el puesto de los pollos asados, pero a nadie que los comprara.
Me acordé de un dicho que oía de pequeño en casa: “Me metí a sombrerero por ganar algunos cuartos y en aquel tiempo nacían sin cabeza los muchachos”. ¿Por qué me acordé de este aforismo? ¿Tiene que ver algo con el puesto de los pollos? Sin duda que la mente ha pensado por su cuenta y ha ofrecido el producto por si era oportuno.
Yo no he hecho sino transcribirlo. Habrá pensado sin duda mi cerebro, o las neuronas que lo componen, que padecían del mismo mal el que no vendía pollos por falta de clientes y el sombrerero porque no tenía clientes para comprar por falta de cabezas.
Decía mi tío Manuel que a unos les entra por la ventana una paloma para el cocido y a otros les cae un ladrillo. Quería decir que la vida es cuestión de suerte; sin saber por qué a unos les vienen las cosas derechas y a otros torcidas. ¿Será lo mismo para estos vendedores de mercado? Que la gente pase olímpicamente de un puesto y no de otro, da que pensar.
Oí que alguien se las ingenió pagando a unos extraños para que no se fueran de su puesto. Y de esta forma los que antes pasaban sin detenerse, ahora se paraban a comprar. El arte de vender es importante. No sabría decirte si con él se nace o se hace con la práctica.
Mi sobrina no estuvo jamás en tienda alguna, ni tuvo familiares de donde aprender. Se casó con Pedro, que tenía tienda, y empezó a vender. El marido vio pronto que su mujer vendía más que él y que se ganaba a los clientes de forma natural.
A cada comprador le preguntaba por sus problemas familiares. “¿Ha vuelto tu hijo de su viaje a China?”. “¿Se le curó el constipado a tu suegra?”. “¿Cómo le fue la operación de riñón a tu cuñado?”. Y encima les regala un rollo o un seguillo. “Esto de regalo para tu padre”. “Dale este caramelo a tu hijo”.
-Perderá regalando rollos y caramelos.
-¡Qué va! El que regala bien vende si el que lo toma lo entiende. Lo importante es la clientela. Si van a comprar, la ganancia es segura.
Francisco Tomás Ortuño. Murcia
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