martes, 10 de febrero de 2015

Tetilla de monja.

Fumarolas: 10 febrero 2015

Murcia, las once, en mi camarín. Vengo de la calle; concretamente, de llevar a Tramimultas, por la “Redonda”, la multa de tráfico que ayer me trajo un empleado del Ayuntamiento.
El tal funcionario se ríe cuando me ve ¿Sabrá que me las gestiona Tramimultas? Yo, ya como amigo de la casa por las veces que nos visita, y por la hora, le correspondo invitándolo a café. Pero él no acepta mi ofrecimiento.
En la Oficina adonde llevo “el papel”, la señora que me atiende me conoce también. Está su mesa conforme se entra, justo a la derecha. Me ve y se ríe como el portador municipal de la multa. “Aquí la dejo”, dice sin dejar de sonreír.
El juego es claro: uno me trae la multa y otra la recoge. Yo en medio. Pero detrás de cada uno habrá alguien que se la dé y que se la recoja. Yo, por mi parte,  firmo un “recibí”.
Doctores tendrá la Ley que sepan cómo recurrir, que para eso están los abogados. Pero, ¿qué dirán para que anulen la sanción? No lo comprendo. Si hay multa es que infringí la Ley del Código de Circulación, y si la quebranté es justo que la tenga que pagar.
Alors, ¿qué hacen o dicen estos señores abogados a los que no ves para que les quiten la multa? Me preocupa quedar absuelto por este sistema.
A la Señora que me recoge las multas, le he regalado unos caramelos para su hija. Siempre lo hago. Ella, no sé si a cambio,   me regala calendarios todos los años.

De vuelta a casa he pasado por el Mercado de Verónicas. Lo suelo hacer porque me agrada el olor que se respira allí. En un puesto de “quesos” me he detenido. He preguntado por “una tetilla de monja” que recordaba haber visto en Galicia. Me la ha envuelto y la he traído a casa.
-Mira lo que te traigo, mamá -le he dicho a mi mujer. Suelo llamar mamá a mi mujer, y no me digas por qué. Quizás porque los hijos la llaman así.
Estaba tan contenta viendo mi obsequio cuando de pronto ha dicho que lo devolviera. “¡Pero ahora mismo!”.
No sabía qué pensar. Mi confusión era grande.
-¿Por qué quieres que lo devuelva?
Y, efectivamente, cuando he visto que señalaba unos números del envase, lo he comprendido: la pieza estaba caducada: “Consumir antes del 31 de Enero”. “Para una vez que se me ocurre”, iba pensando cuando volvía al Mercado.
-Ha hecho bien -me ha dicho la dueña del puesto-, el viajante que me lo trajo me va  a oír.
-Yo no pensaba volver, pero ya sabe cómo son las mujeres -he respondido.
-Me va a oír bien –seguía farfullando la vendedora.
                           

                            Francisco Tomás Ortuño.  Murcia

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