25 octubre 13
Murcia, las once, donde ayer. Celebran su santo los que se llaman Teodosio.
Teodosio me recuerda al emperador romano que en el año 395 dividió su reino entre sus dos hijos: a Arcadio le dio el Oriente y a Honorio el Occidente. Los bárbaros o extranjeros aguardaban la ocasión para invadir sus tierras, cosa que hicieron en España a comienzos del siglo V. Arcadio y sucesores, en cambio, se mantuvieron por Oriente hasta la toma de Constantinopla por los turcos, en 1.453.
Corresponde el 25 de octubre al día 299 del año, lo que significa que quedan solo, o aún, 67 para finiquitarlo. “Solo” para los pesimistas y “aún” para los optimistas. El pesimista lo ve ya terminado: “¿Qué son 67 días?”. El optimista, en cambio, ve un camino largo aún para llegar al fin: “¡Cuántos días todavía para terminar el año!”.
Que la luna salga a las siete me importa poco; como si no quiere salir. En la ciudad no se ve. Pocos miran hacia arriba a ver estrellas en el cielo, ni luna para alumbrarse. Desde que un tal Édison inventó la bombilla eléctrica, nadie se alumbra de otro modo. En el campo es otra cosa: se sabe si hay luna llena o si no se ve, si mengua o si crece. No es lo mismo. Hay más connivencia con las personas. Hasta se sentirá más importante la luna.
-¿Qué sentiría cuando el hombre llegó a ella en 1.969?
-Nosotros aquella noche estábamos en Mula, gozando de los beneficios que sus baños termales proporcionan. Francis tenía un año y Pascual solo unos meses. Pienso que la luna aquella noche estaría asustada viendo que una nave se le acercaba peligrosamente como jamás había visto antes. “¡Pero que llega hasta aquí!”, se diría aterrada. “¿Qué sentiría el satélite cuando notara el contacto del hombre en su superficie?”. Cual doncella virgen, se ruborizaría.
-¿Y que el sol salga a las 8´37? Tampoco me preocupa demasiado. Y menos ahora, en la jubilación, fuera de horarios obligatorios como cuando iba a trabajar. ¿Qué digo? Ni entonces. El reloj vino a hacer sus veces. Un buen despertador, como hace Lina, y que el sol salga o no salga, se esconda o no se esconda. Es el reloj quien nos gobierna: hora de levantarse, hora de comer, hora de dormir. Al astro sol ni lo miramos. Que son las siete o las diez sí, pero que haya sol o que no haya nos importa un comino.
¿Hemos pensado en la soledad de una estrella, que, por si fuera poco la distancia de millones de kilómetros, debe pesar en su ánimo la seguridad de que nadie puede acercarse a ella? Peor que lepra. “¿Quién puede venir a hacerme compañía?”. ¿Quién ha pensado en la terrible soledad del sol?
Francisco Tomás Ortuño. Murcia
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