Fumarola: 8 diciembre 2014
Fragmento
Páscual –tilde en la primera a- me dijo si me había apuntado en una hoja que había en el comedor para hablar con el cura. Así lo hice, y quedé el primero para hablar con él esta mañana. Cuando entré en su despacho, tras los saludos de rigor, le dije de qué íbamos a tratar. No hay nada mejor que la sinceridad. Y en personas mayores, de edad parecida, viene sola la pregunta.
-¿Cómo que de qué vamos a hablar? –me contestó.
-Es que si no es confesión, no sé qué decirle.
-Qué propósitos ha sacado del Curso, por ejemplo -siguió.
Y entonces le dije que de mi vida no quería cambiar mucho, que seguir así como iba sería lo ideal. Y sin saber por qué, como me vino a la cabeza, se lo solté: “¿Cree usted en el fatalismo?”.
-¿Cómo? –me miró inquieto.
-Sí, sí, que si cree usted en el fatalismo.
-No sé por qué me pregunta eso -siguió.
-Usted como teólogo, me va a sacar de una duda: “¿Las cosas suceden porque tienen que suceder? ¿Dios, que lo sabe todo y conoce el futuro, ve si yo me voy a condenar o si me voy a salvar? Entonces, haga yo lo que haga yo no puedo cambiar lo que vaya a ser.
Me miraba preocupado. Cuando pudo, dijo algo asó como: “Dios, claro que sabe lo que va a ocurrir, ¿lo pone usted en duda?”.
-No, no me ha entendido usted. Digo que Paulo y Enrico de la novela “El condenado por desconfiado” de Tirso de Molina eran un ermitaño y un ladrón; el ermitaño, por dudar se condenó y el ladrón por arrepentirse en el último instante se salvó. Y Dios conocía lo que iba a pasar.
-Oye –saltó- que no hemos venido a que me cuente la película, que hay otros esperando fuera.
-¿Usted cree en Dios? –le pregunté entonces.
-¿Qué si creo en Dios? Pero, ¿cómo me pregunta a mí, que soy sacerdote, si creo en Dios?
-Pues…
Y antes de que siguiera, me cortó para seguir:
-Vamos a dejarlo, y dígame: “¿Qué propósitos ha sacado del Curso de Retiro? Proponga uno y sígalo a rajatabla. ¿Va a Misa todos los días?
-Soy cristiano de una Misa por semana y fiestas de guardar –le dije.
-Pues ahí tiene un propósito: Ir todos los días.
Y me empujó discretamente para que saliera. Me volví como pude y le pregunté: ¿Por qué se salvó el ladrón?”. Y entonces me retuvo para preguntar:
-¿Por qué cree usted que se salvó?
-Ah, vamos adentro y se lo explico –le dije.
Cerró la puerta con llave y nos sentamos de nuevo.
-Cuente, cuente, que llevo tiempo preguntándome los motivos. ¿Por qué se salvó el ladrón y se condenó el ermitaño? ¿Cómo permitió Dios que el que hizo tanto daño en vida se salvara y el que había sido bueno se condenara? Es que no lo entiendo. Se puso a llorar y me abrazó. “Somos almas gemelas y sé que podemos entendernos; por favor, háblame de tú, Francisco. Te llamas como el Papa, ¿sois parientes acaso?
-Mira -seguí yo entonces-, en el mundo el Señor distingue a unos pocos para comprender los Misterios de la Iglesia. Uno de esos he sido yo.
-Ya lo estaba adivinando, veía algo especial en ti; por favor, cuéntame por qué se salvó el ladrón de Tirso de Molina, que se hizo llamar Gabriel.
-Exacto, Gabriel Téllez por más señas. Pues se salvó porque Dios quiso, que el tal ermitaño era homosexual y un día se lo confesó a un hermano de la misma Orden, y le propuso algo que Dios oyó, y desde ese momento quedó sentenciado para vivir en el infierno.
-Ya, ya, qué peso me quitas de encima, eso lo explica todo, Francisco.
-Pues si queda claro, que pase el siguiente.
-No, no, que el tiempo se ha pasado; ahora tengo otra Meditación. Vamos a la Capilla.
Francisco Tomás Ortuño. Murcia
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