8 diciembre 2014
Murcia, las cinco y media, con el piano detrás, mamá a mi lado bordando y el brasero eléctrico a mis pies. Casi noche. Estamos en los días más cortos del año.
-O en las noches más largas.
-Lo mejor es seguir el reloj y dar a cada hora lo suyo, como estos días pasados en el Limonar: a las siete cuarenta y cinco, levantarse; a las ocho treinta, Meditación…
Esta mañana, sobre las siete, haciendo mi gimnasia de pies, veía en la tele el Machu Pichu. Era admirable la cultura de los Incas en la cima de los Andes del Perú. Qué templos construían con piedras enormes sin los instrumentos que hoy tenemos.
-Como se creían hijos del Sol, se querían acercar a él lo más posible, y, por tanto, cuanto más alto mejor. “Sube más arriba, cantero, y estaremos más cerca de su Majestad”. Ya entonces había solsticios y equinoccios como ahora y los hombres se preguntaban por qué unas veces trasnochaba más con ellos el Sol y por qué otras madrugaba menos.
-Qué bueno sería tener una máquina del tiempo, Julián, y poder ir hacia atrás mil años, dos mil, hasta que nos viéramos con Incas construyendo sus casas y sus templos con piedras gigantescas. “Detén la máquina, Julián, que están en la cantera”. Y viéramos cómo las partían, cómo las transportaban y cómo las subían a lo más alto. Aquí el ingenio superaría a la inteligencia, para elevarlas sin grúas.
-No tuvo una máquina del tiempo un tal Benítez y se detuvo en Palestina?
-¡Qué suerte! Vería a la familia de Nazaret y lo que ocurrió con Jesús, que tanto dio que hablar en todo el mundo.
-Yo, mientras viera a gente que se movía, estaría retrocediendo y mirando la pantalla. Cuando solo viera animales y plantas pararía. Habría un momento en que saltó a la vida el primer hombre y vería cómo evolucionaba.
-Mucho pedir quieres tú, Manuel, ver la historia de la Humanidad, paso a paso, in situ, hasta ser como ahora. ¡Quién pudiera ver a los Incas del Machu Pichu cortando piedras y colocándolas tan ajustadas que no cabía una cuchilla de afeitar entre ellas y guardando la verticalidad con tamaña precisión.
Francisco Tomás Ortuño. Murcia
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