Fumarolas : 11 Junio 2015, jueves, San Bernabé
Una amiga me dijo ayer en un correo, que volvía a ser un día normal, tras el puente y las fiestas pasadas. Pensé que para muchos todos los días son normales.
¿A qué se llama un día normal? ¿A un día de trabajo? ¿A no salir con la familia? Tan normal es lo uno como lo otro. El sueño como la vigilia forman parte de la vida, y, por ende, de un todo normal. Dormir siempre, sería aburrido; trabajar sin descanso, sería letal. Tiene que haber de todo: descanso y ocupación.
En la proporcionalidad debe estar la normalidad. Si damos al descanso más tiempo del debido, se cae en la anormalidad; y, viceversa, si se trabaja más de lo debido, lo mismo.
La proporción debe estar en función de la salud y de la edad. No se trabaja lo mismo sano que enfermo, ni con cuarenta como con setenta años. Quiero decir que la normalidad la fijan nuestro cuerpo y el trabajo-descanso que le damos. A más edad menos esfuerzo y a menos salud menos trabajo.
Otro motivo de normalidad y anormalidad es la afinidad. Llamo afinidad a la conformidad o gusto con que se realiza un trabajo. Si uno obra a disgusto, su trabajo será aburrido y de escasa calidad. Y ahí si cabe decir que se vuelve a lo normal del fastidio y la fatiga.
No hay peor castigo que trabajar en lo que no gusta. Contar las horas para acabar la jornada laboral es insoportable. Qué distinto a sentirse bien en el trabajo y desear volver a él cuando lo abandonas.
Si están bien acoplados, trabajo y trabajador, bien ajustados y compenetrados, el trabajo se convierte en placer, y no hay descanso que lo pueda sustituir. Aquí las fiestas son una tortura y el trabajo es una fiesta.
Francisco Tomás Ortuño. Murcia
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